Wednesday, October 26, 2005

SOR MAGDALENA

Originaria de Los Altos de Jalisco, muy cerca de los límites con Michoacán. La mayor, y única mujer en una familia de cinco hijos. Sus padres, descendientes de soldados franceses olvidados en esa Región por la Intervención, eran personas acomodadas, buenas, trabajadoras, sensatas y recias, con sentido del temor de Dios, católicos practicantes, que a cada cosa la llamaban, sin falsos pudores, por su nombre. De niña y adolescente estudió en una escuela local atendida por religiosas, vigilada discretamente por su padre y por sus hermanos: no fuera a ser que se enamorara de un muchacho. Del trato continuo con sus maestras y de las muchas horas pasadas con ellas, le vino en gana ir primero al postulantado en Morelia, y después al noviciado en Tlalpan, para con gran alivio de su padre y hermanos, profesar finalmente, con votos temporales de pobreza, obediencia y castidad, como miembro formal del Instituto religioso al que pertenecían sus maestras. La destinaron a una escuela en la capital de Jalisco, y dadas sus cualidades particulares, para una mejor preparación pedagógica le ordenaron que por las tardes asistiera a una escuela normal para maestros.

A los veinte y tres años de edad emitió por segunda vez votos temporales. Fue trasladada a la ciudad de México y ahí empezó a desempeñarse también como encargada de la administración del colegio. Haciendo gala de sentido común y recordando las prácticas comerciales aprendidas de su padre, llevó al colegio y al Instituto a una franca prosperidad. A los veinte y cinco años era el miembro más joven del Consejo de la Institución.

Jovial, desenvuelta, de piel blanquísima, ojos claros, pelo castaño, difícilmente escondía con sus ropas grises su cuerpo escultural. Era la envidia de las alumnas y de las mamás de éstas. Sinceramente convencida de su compromiso de conciencia, se entregaba fielmente a las prácticas religiosas prescritas en la Institución. Faltándole sólo cuatro meses para comprometerse con votos perpetuos, falleció su padre. A solicitud de su mamá, el Instituto le otorgó un permiso especial para regresar a la casa paterna a poner orden y hacerse cargo temporalmente de los negocios familiares, amenazados de ruina por la torpeza, envidias e inexperiencia de los hijos varones. Dispuesta a hacer la voluntad de Dios, y sinceramente resuelta a regresar a tiempo para los votos perpetuos, se vió en la necesidad de arreglarse el cabello, dejar la austera vestimenta gris, utilizar maquillaje, medias de nylon y zapatos de tacón para dedicarse intensamente, como cualquier otra mujer en su caso, a la administración de la herencia paterna.

El cuidado de los negocios familiares demandaba de ella muchas horas, por lo que conforme pasaban los días fue disminuyendo, excepto los domingos, la frecuencia de sus visitas a la iglesia, acortando los rezos. Dejó de extrañar el colegio y, para tranquilidad de su madre, con medidas enérgicas metió en cintura a sus hermanos díscolos. El correr del tiempo consumió rápidamente los cuatro meses del permiso, y tuvo que enfrentarse a la disyuntiva o de regresar para los votos perpetuos, o quedarse en el pueblo para hacer prosperar en firme los negocios de la familia.

Revisó a fondo las motivaciones que le llevaron a la vida religiosa, y encontró que había profesado como consecuencia natural del machismo vigilante de su padre y hermanos, y de no haber conocido otro modo de vivir fuera del que le enseñaron las religiosas que le educaron cuando niña y adolescente. Encontró también que la vida, el riesgo y el poder de los negocios le resultaban apasionantes. Así pues dio aviso telefónico de su decisión al Instituto, se olvidó de los votos perpetuos, y se dedicó totalmente y con notable éxito a lo que le gustaba: hacer prosperar el negocio. Su madre, confidente de los pensamientos íntimos de su hija, sonrió satisfecha considerando que así obtenía finalmente revancha frente al machismo de su difunto esposo.

Racionalista y calculadora, Magdalena no encontró entre los hombres disponibles del lugar, un compañero que, como marido dócil, pudiera satisfacer sus expectativas. Tampoco quería hijos: no le fueran a salir díscolos como sus hermanos. Cuando sentía las urgencias naturales de la sensualidad se iba de compras a la ciudad capital, y entre otras cosas compraba los servicios masculinos de algún muchacho vigoroso. Hace pocos días, en uno de sus viajes de compras, murió Magdalena.... Cómo han gozado los sobrinos, con los dineros intestados de la tía rica!

1 Comments:

Anonymous Anonymous said...

Felicidades Edmundo!
Qué bueno que has decidido compartir estos textos con todos los habitantes de la tierra...

5:30 PM  

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