Monday, February 26, 2007

EL ESTRES Y SU MANEJO

¿Qué es el estrés?

El estrés es la inquietud emocional y las molestias físicas que los seres humanos experimentan al ajustarse a los continuos cambios de su entorno; el estrés tiene en nosotros efectos de tipo emocional y físico, y puede originar influencias positivas o negativas. Como una influencia positiva, el estrés puede vigorizarnos para decidirnos a la acción, activarnos hacia un nuevo despertar, o hacernos vislumbrar una hasta entonces desconocida y excitante perspectiva. Como una influencia negativa, el estrés puede resultar en sentimientos de desconfianza, rechazo, enojo y depresión, los cuales a su vez pueden llevarnos a la ansiedad, a la angustia y a problemas de salud como dolores de cabeza, malestares estomacales, bochornos, insomnio, úlceras, alta presión sanguínea, enfermedades y / o ataques cardíacos.

La muerte de un ser querido, el nacimiento de un bebé, la pérdida del empleo, una promoción en el trabajo, o una nueva relación sentimental, pueden provocarnos estrés mientras ajustamos nuestras vidas a la nueva situación. Precisamente en el proceso de ajuste a circunstancias diferentes, el estrés puede resultarnos de ayuda, o de daño dependiendo de cómo reaccionemos frente a él.

¿Cómo se puede eliminar de la vida al estrés?

Simplemente no es recomendable eliminarlo, ni es posible hacerlo.

El estrés positivo agrega excitación e impulso a nuestras vidas; todos reaccionamos mejor con un cierto nivel de estrés: fechas límite, competencias, confrontaciones, e incluso frustraciones y tristezas pueden enriquecer y ampliar nuestras vidas. Nuestro objetivo no debe ser la eliminación del estrés, sino cómo aprender a manejarlo y cómo usarlo para que nos sirva como una ayuda. Un estrés insuficiente actúa como depresivo y nos puede llevar a sentirnos aburridos o abatidos; por otro lado un estrés excesivo puede inmovilizarnos y conducirnos a sentirnos “hechos nudo”. Lo que necesitamos es encontrar como individuos, el nivel particular óptimo de estrés que pueda ser un aliciente sin que llegue a dominarnos.

¿Cómo se puede saber cuál es el nivel óptimo de estrés?

No existe un nivel de estrés que pueda ser considerado como el óptimo para toda la gente. Somos criaturas individuales con necesidades particulares y únicas. Así, lo que para uno puede ser estresante, podría ser motivo de interés para otro. Es más, aunque se pueda estar de acuerdo en que un evento en particular debiera ser motivo de estrés para todos, habrá que reconocer que todos diferiremos en nuestra reacción personal, sicológica y fisiológica frente a ese mismo evento.

Las personas que gustan de estar en todo y que se mueven en su actividad de un sitio para otro, podrían estresarse en un trabajo rutinario, mientras que las personas que gustan de labores iguales y repetitivas podrían estresarse en un trabajo donde tuvieran que cumplir con obligaciones diversas. Además hay que tener en cuenta que las necesidades personales de estrés, o los niveles que podemos tolerar antes de que el estrés empiece a causarnos daño, cambian conforme pasan los años en la vida de cada persona.

La experiencia médica ha comprobado que un buen número de las enfermedades que sufren las personas, están relacionadas con estados prolongados de estrés al que no se le ha dado un manejo adecuado. Si alguien está ya manifestando síntomas de angustia, quiere decir que se encuentra sobrepasado en su nivel óptimo de estrés, y por ello necesita reducir el estrés en su vida y mejorar su habilidad para manejarlo.

¿Cómo se puede mejorar el manejo del estrés?

Para reducir los efectos negativos del estrés al que no se le ha dado una salida adecuada, no es suficiente con identificarlo ni con darse cuenta de sus dañinas consecuencias. Así como hay muchas fuentes de estrés, también hay muchas alternativas para su manejo adecuado. Sin embargo, TODAS ESTAS ALTERNATIVAS PARA EL MEJOR MANEJO DEL ESTRES REQUIEREN ACTITUDES Y DECISIONES VALIENTES ORIENTADAS AL CAMBIO.

Cada persona deberá trabajar en la modificación dentro de lo posible, de las causas que le producen el excesivo estrés, y sobretodo en lo que se refiere a su propia reacción frente a él:

1.- Identifica las causas de tu exceso de estrés, y las reacciones físicas y emocionales que éste te provoca.

Date cuenta de tu angustia, no te la niegues a ti mismo, no la ignores, no hagas caso omiso de esa situación que si la desatiendes, puede convertirse en un problema grave de salud.

Precísate a ti mismo cuáles son los eventos que causan tu angustia. ¿Qué significado tienen para ti esos eventos? No te angusties si has de reconocer que esos eventos en verdad te provocan miedo y que de ese miedo se deriva tu estrés. ¿Miedo a qué?

¿Cómo responde tu cuerpo al exceso de estrés? Es posible que el estrés altere el control de tus nervios, o te ponga físicamente enfermo; si es así, identifica la forma concreta y específica en que se manifiestan en ti esos fenómenos. ¿Qué sientes y dónde lo sientes?

2.- Reconoce en tu interior lo que efectivamente puedes cambiar o modificar.

¿Puedes eliminar del todo, o al menos puedes evitar las causas o los eventos que te provocan el exceso de estrés? Ten en cuenta que el pasado ya es historia y no admite cambios. No sacas ningún provecho al atormentarte con lo que pudo haber sido y no fue, o con lo que tuviste y ya no tienes, o con los errores cometidos antes y que ahora ya no tienen remedio.

¿Puedes reducir la intensidad del impacto de los eventos que te estresan si, en lugar de enfrentarlos sobre una base diaria o semanal, te enfrentas a ellos decididamente y durante un período de tiempo predeterminado por ti para solucionarlos en definitiva?

¿Tomar un descanso o alejarte por unas horas del lugar o de las personas que te estresan, te ayudaría a sentirte menos angustiado?

¿Estás dispuesto a dedicar el tiempo y la energía que fueran necesarios para hacer realidad el cambio, o la modificación de las causas que te provocan ese exceso de estrés?

Ajusta tus metas al ámbito de la realidad y de lo posible. Organiza tus actividades según criterios de prioridad e importancia, para dedicarles razonablemente tu tiempo y tu esfuerzo: el día sólo tiene 24 horas, y de ellas conviene dedicar ordinariamente no más de 10 al trabajo. Probablemente has sacrificado muchas vacaciones por cumplir con tus metas, toma ahora unos días para ti, reúnete con tus amistades, sin poner en peligro tu economía adquiere “esas cosas” que siempre has deseado disfrutar, etc... Gratifícate alegremente de vez en cuando!.

3.- Reduce la intensidad de tus reacciones emocionales frente al estrés.

Generalmente el estrés excesivo se dispara debido a que percibes un peligro físico o emocional en el presente inmediato o para el futuro. Es conveniente que racionalices tus miedos:

No permitas que tu fantasía asustada construya monstruos míticos decididos a acabar contigo; pregúntate si no estás exagerando sobre la gravedad o inminencia de las situaciones que provocan el surgimiento incontrolable de tus miedos. Reflexiona y sé cauto, no vaya a ser que en tu mente estés convirtiendo lo que es simplemente una situación difícil, en un desastre ya irremediable. Una persona angustiada por altos niveles de estrés, generalmente toma decisiones equivocadas o fuera de oportunidad.

Trata de atemperar tus excesos emocionales. Date tiempo, pon las cosas y las circunstancias en perspectiva y/o en su dimensión real; deja de insistir sólo en los aspectos negativos de una situación, busca alternativas positivas. Sobretodo no te permitas entrar al laberinto mental de los “...y si pasa esto, y si no sucede aquello, y si falla lo de más allá,...” pues perderás la calma, la serenidad y la salud tratando de encontrar hoy todas las respuestas par un futuro que siempre es impredecible, que no depende únicamente de lo que tú hagas o dejes de hacer, y en el cual juegan innumerables factores fuera de tu control.

En todo caso, cuando el futuro llegue finalmente a convertirse en presente, te darás cuenta que habrá traído oportunidades consigo, y que sólo podrás aprovecharlas si has sabido conservar la calma y la salud pese a las crisis.

ES inútil que trates de complacer a todos y cada uno en tu trabajo, en tu grupo social, e inclusive en tu familia. Siempre habrá quien no esté de acuerdo contigo, o quien te negará el reconocimiento que esperabas. Dedícate a lo tuyo, pero no trates de prevalecer en todo y sobre todos, pues sufrirás un serio rechazo a cambio de un severo desgaste en tus relaciones interpersonales.

Ni todos los asuntos, ni todas las cosas son absolutamente críticas y/o urgentes. El sentido común te dirá siempre las que efectivamente lo son; tu vanidad y tu inseguridad te insistirán en que todo urge. Cuidado!

Acepta que el estrés es una situación a la que efectivamente te puedes enfrentar para manejarla mejor; no te permitas la posibilidad de admitir que el estrés pueda prevalecer sobre tu persona.

4.- Aprende a moderar tus reacciones físicas ante el estrés.

Respirar hondo y despacio restablecerá el ritmo normal de tus pulmones y de tu corazón aun en esos momentos difíciles que podrían dar origen al desencadenamiento de un estrés agudo.

Técnicas comunes de relajación te ayudarán a reducir la tensión muscular, y a restablecer tanto el ritmo normal de tu corazón, como la presión regular del flujo sanguíneo.

Si el nivel de tu angustia por estrés es muy alto, recurre a un médico especialista que te prescriba algún relajante para moderar en el corto plazo las reacciones físicas de tu organismo derivadas de la angustia. Sin embargo, nadie ni nada podrá remplazar en el mediano y largo plazo tu trabajo y esfuerzo personal para aprender a moderar con eficacia tus reacciones físicas frente al estrés.

5.- Robustece tus reservas físicas.

Mantén en buena forma tu sistema cardiovascular practicando 3 o 4 veces por semana algún ejercicio moderado y rítmico como la caminata, el ciclismo de salón, la natación o la gimnasia, siempre en consonancia con tu edad y con tus condiciones físicas y de salud.

Aliméntate con una dieta nutritiva y balanceada.

Mantén el peso que te haya sugerido el médico.

Duerme no menos de 8 horas. Respeta tu horario acostumbrado de sueño.

No consumas ni estimulantes ni drogas. Sé moderado al consumir alcohol, café y cigarrillos; sería mejor que los evitaras del todo.

Contrariamente a lo que parece recomendable en tiempos de crisis, tómate algunos descansos para estar en contacto directo con la naturaleza. Disfruta completos tus fines de semana. Ocúpate en otras actividades, y desarrolla otros intereses fuera del trabajo, y… gózalos en serio.

6.- Conserva tus reservas emocionales.

Establece con sentido común riesgos y metas que si estén a tu alcance, y cuyo logro dependa mayormente de tu esfuerzo y constancia, y no tanto de la suerte, o de la voluntad o a favor de otras personas. Definitivamente no aceptes que otros te impongan metas o intereses que no compartes, o que no tienen significado de valor personal para ti.

Cada uno de nosotros debe decidir que quiere de su oportunidad de vivir, sin olvidar que una de las características de la vida es la incertidumbre. Nadie tiene comprada su vida, nadie sabe con certeza ni cómo va a transcurrir, ni cómo ni cuándo va a terminar. Hay que aceptarla como viene, como se presenta cada día. Por ello debes esperar, y aceptar desde luego, que a lo largo de las tareas que te impongas por conseguir tus metas en la vida, surgirán contrariedades y obstáculos pero que los podrás superar con paciencia, coraje, resolución, valentía, y constancia, y si es preciso modificando la amplitud de tus metas, o reprogramando las etapas y los tiempos para lograrlas.

Enriquece tu reserva emocional con la certeza de que hoy lo realmente importante es vivir, y que vivir es aceptar la incertidumbre, es aprender, es luchar por alcanzar metas, es arriesgar, es intentar de nuevo, es adaptarse a los cambios.

No te aísles, no te quedes solo, no interrumpas la comunicación con tus familiares, con tus amigos o con tus colegas; desarrolla con ellos una red personal de apoyo mutuo, y participa no sólo cuando tú los necesites en momentos de crisis, sino también cuando los demás requieran de tu ayuda emocional, porque al final de cuentas, vivir es amar, es compartir, es participar, es comprometerse, es cumplir, es buscar la felicidad propia, es propiciar el bienestar ajeno.

CONCLUSIONES.

“Queda prohibido no convertir en realidad tus sueños, no luchar por lo que quieres, abandonarlo todo por miedo, no sonreír a los problemas. Queda prohibido tener miedo a la vida y a los compromisos, no comprender que lo que la vida te da también te lo quita. Queda prohibido no buscar tu felicidad, no vivir tu vida con una actitud positiva. Queda prohibido no creer en Dios o dejar de dar gracias a Dios por tu vida”. Pablo Neruda.

Al final de las crisis, los únicos que podrán aprovechar con plenitud las nuevas oportunidades, serán los que, valorando debidamente el don maravilloso e irrepetible de su propia vida, en los peores momentos supieron manejar la ansiedad, la angustia y el estrés, mantuvieron la calma, e hicieron todo lo necesario para, en medio de las dificultades, conservar la salud física y mental.

Friday, May 12, 2006

ANTIDEPRESIVO NATURAL

La bautizaron con el nombre de María de la Soledad. En casa y fuera de esta, siempre la llamaron Sole. Era la mayor y más agraciada de las 3 hijas que procrearon mis abuelos, queretanos avecindados en Guanajuato. Mi madre fué la hija menor y por cierto la consentida de toda la familia. Entre ella y Sole había una diferencia de 8 años. Don Abundio mi abuelo, pensador liberal y adelantado a su época, ejercía su profesión de abogado dentro del Poder Judicial , con residencia en la capital del Estado. Sin ser un hombre rico, vivía cómodamente, y a todas sus hijas pudo darles escuela hasta donde quiso cada una de ellas. Mi mamá estudió medicina en León, conoció ahí a mi padre y se casó con él al terminar la carrera. Poco después falleció mi abuela.

Sole, ocupada durante algunos años en ayudar en mi crianza, finalmente terminó ingeniería en la Escuela de Minas, y asociada con Don Abundio, entonces ya retirado, estableció un taller mecánico y de fundición, donde reparaban y copiaban las piezas dañadas de la maquinaria extranjera utilizada en las minas guanajuatenses y zacatecanas. Buen negocio para ella y para el abuelo. Al morir éste, siendo la única hija todavía soltera, recibió en herencia la mayor parte de los bienes familiares. Un año después contrajo matrimonio con el tío Peter, vicepresidente comercial en México de una empresa norteamericana fabricante de implementos mineros. Demostrando buen juicio Sole realizó sus bienes, e invirtió el producto en dólares contantes y sonantes, para de inmediato irse a vivir con su marido en Salt Lake City, donde estaban las oficinas corporativas de éste.

Acompañando a mis padres, varias veces estuve de visita en casa de los tíos, siendo objeto de sus mimos y halagos. Por razones que desconozco, nunca tuvieron hijos. Sole ingresó a la universidad estatal de Utha donde recibió con honores el doctorado en administración financiera. Murió el tío Peter de un infarto. A los 38 años, en plenitud de edad y de belleza, Sole quedó viuda, guapa, rica en dólares, generosamente pensionada, y...deprimida. Poco tiempo después regresó a la ciudad de Guanajuato, compró una casa antigua de cantera rosa y techos altos, la reacondicionó, y se instaló en ella. Sin ninguna urgencia económica, sólo por estar ocupada se dedicó a la docencia en la universidad del Estado, y en las escuelas de enseñanza superior localizadas en las ciudades cercanas.

Poco a poco Sole iba saliendo de la depresión y de la tristeza. Un buen día, intempestivamente abrió al sol las ventanas, rehabilitó la fuente del patio, sembró en ella peces de colores, y en los corredores colgó helechos. Sin dejar la docencia, montó con éxito notable un despacho para dar servicios de asesoría administrativa a las empresas turísticas nacionales y extranjeras que, atraídas por el remozamiento de la ciudad, llegaron a ella en busca de negocio. Después arribarían los ejecutivos de las armadoras automotrices norteamericanas establecidas en la cercana ciudad de Silao.

A los 44 años de edad, mi tía Sole, aunque con unos kilos de más distribuidos a lo largo de su cuerpo, conservaba mucho de su figura escultural de años atrás. Con el pelo negro recogido, la cara fresca, los ojos luminosos gris claro, la sonrisa franca, vestida a la moda, y con un andar cadencioso, llamaba la atención en calles y callejones, en los cafés, y en las plazuelas donde cantaban las estudiantinas, o se representaban obras de Ruiz de Alarcón, de Cervantes o de Lope de Vega. Asistente asidua a tertulias y reuniones vespertinas, siempre sola, se retiraba tarde. Esporádicamente hacía viajes a la ciudad de México para revisar con el banco, el manejo de sus cuentas de inversión.

Estando por concluir mi carrera de medicina, una tarde de sábado fui de León a Guanajuato a visitar a la tía Sole, aquejada por un ligero catarro. Llegué a su casa al atardecer, y la encontré achispada, mal cubierta con una bata ligera de encaje rosa y con un vaso de vino blanco español en la mano, balanceándose en una mecedora junto a la fuente. Inquieta le pregunté si de nuevo se sentía deprimida. “No”, respondió con un brillo malicioso en los ojos, y en la cara una sonrisa pícara, “estoy recordando el dichoso día en que los labios expertos, las manos sabias y los muslos vigorosos de mi amante en la ciudad de México, me aplicaron la primera dosis del eficaz antidepresivo que me mantiene feliz y tranquila. Muchas dosis me ha obsequiado, y siento que me moriría de soledad, tristeza y melancolía si dejara de regalármelas”. Agradablemente sorprendida, le sonreí cómplice, al tiempo que la besaba en el pecho, sellando así un compromiso de discreción.

Wednesday, February 08, 2006

LUJURIOSO Y ADULTERO

En Michoacán corría, para él la década dorada del 1870. Ramón, hijo único de familia minera, adinerada y criolla, aprendió de su padre a ser honesto, trabajador, y sagaz en los negocios. De él recibió en herencia, entre otras propiedades, un mineral serrano rico en pepitas de plata y de oro. De su madre heredó buena crianza, religión, y gusto por la lectura de los clásicos griegos, latinos y españoles. Su padre lo comprometió, según la usanza de entonces, a un enlace ventajoso con una muchacha criolla también, hija de un próspero comerciante radicado en Morelia. Meses antes de contraer nupcias, y como resultado de un asalto en el camino real cerca de Toluca, murieron sus padres antes de que él cumpliera los 29 años. Leal a la palabra dada, pasado el luto obligado, unió en santo matrimonio su vida y hacienda, a la vida y dote de su prometida.

El matrimonio les sentó bien a los dos. La muchacha hizo buenas las virtudes y cualidades que pregonaban sus padres. El de inmediato descubrió en ella una mina inagotable de belleza, ternura, sensualidad natural, comprensión, y habilidad para hermosear y administrar la casa. Se enamoraron profundamente. Pese a su dedicación, el esperado embarazo tardó casi 2 años en presentarse. La expectativa cercana de tener un hijo casi enloquecía de felicidad a los dos, pero algo anormal sucedió en el parto, y pese a los cuidados de la comadrona, ella falleció al dar a luz.

El hombre aquel se sintió morir. Abatido e incapaz de aceptar tan grande pérdida, se prometió a sí mismo no volver a estar en contacto con ninguna otra mujer: en la imaginación se construyó un tabernáculo para por las tardes, recrear ahí los meses felices vividos con su difunta esposa. Se dedicó con desesperado afán a leer libros y al trabajo de diversificar sus negocios, como una forma eficaz para no enloquecer por la ausencia de su amada. La criatura fue entregada primero a la atención y crianza de una nodriza tarasca de pechos generosos. Después, el niño ya crecido, para su cumplida educación asistió a la casa y escuela del señor cura del pueblo. Un poco por el desapego de su padre, y otro poco por la influencia del sacerdote, el muchacho marchó al seminario diocesano y pasados unos años, siendo todavía muy joven, finalmente recibió las órdenes sacerdotales quedando adscrito al arzobispado como canónigo de la catedral.

Años turbulentos del 1910. Estallaba la revolución. El México dorado del porfiriato se escurría de entre las manos a las clases privilegiadas. Desaparecían el respeto a las jerarquías, el orden público y la seguridad jurídica. Impotente para detener los acontecimientos, Ramón vio como el tiro del inagotable mineral de plata y oro, quedaba cegado por las explosiones de la dinamita revolucionaria. Se marchó para Maravatío, población michoacana en los límites con Guanajuato, donde en una casa modesta desde años atrás había estado enterrando bolsas con monedas de oro y de plata. Dejó de leer. La violencia y lo inesperado de los acontecimientos, y el no poder hacer nada por ponerles un remedio, lo sacaron de su tabernáculo de recuerdos para entonces ya borrosos, y lo reinstalaron en la cruda realidad: se encontraba solo, nadie lo acompañaba en la vida, ni siquiera su hijo el canónigo, siempre ocupado en rezar las horas en el coro de la catedral.

1915. Poco a poco renacía la calma en un México que pretendía rehacerse a sí mismo. Ramón aprovechó la circunstancia de que todo hacía falta, e invirtió en el comercio su enterrado capital. Con su acostumbrada sagacidad pronto se encontró a sí mismo convertido en uno de los vecinos importantes de la región. El recuerdo de la difunta esposa se había desvanecido por completo. Necesitaba compañía y afecto. Precisaba de las redondeces, la suavidad y el calor del cuerpo palpitante de una mujer. Al efecto, hacía frecuentes y discretas visitas a la casa de una viuda joven aún, señora de buen ver, cuyo marido había sido asesinado por bandidos. Ramón volvió a vivir!

Al enterarse el canónigo de que su padre tenía una amante, le escribió una carta acusándole de pecador lujurioso, y de adúltero a la fidelidad debida a su madre muerta. Ramón sonrió, se encogió de hombros y con la conciencia tranquila se marchó a casa de la viuda. Días después contestó a su hijo: “Señor canónigo, es usted una catedral de oscurantismo fanático y necedad intelectual. Estoy cierto de que Dios, quien me dotó de libre albedrío y permitió que conociera a esta mujer, que ahora me hace feliz con su sensualidad y su afecto, se regocija conmigo por mi dicha actual. Guarde para usted y cumpla si le parece, las castrantes reglas morales que hace siglos promulgó el Concilio de Trento para beneficio del poder y de las instituciones del Estado. Para su ilustración, me permito recomendarle la lectura de la Biblia, en especial el Libro de los Reyes y el Cantar de los Cantares. Preocúpese por ser veraz, justo, caritativo y misericordioso. Intente ser feliz!”.

Monday, December 26, 2005

VERITAS LIBERABIT VOS...!

En los orígenes de la Humanidad y en todas las latitudes, para las personas del género masculino resultaban naturales sus funciones como engendradores de hijos, protectores de la tribu, y proveedores de lo necesario para la sobrevivencia de las mujeres, de los menores y de los ancianos: era obvio que la naturaleza había dotado a los varones con el vigor y la destreza necesarias para cumplir con esas funciones primarias. Las mujeres quedaban reducidas a complacer el deseo sexual de los hombres, a concebir hijos, a parirlos, a amamantarlos, y a cuidar de ellos mientras eran infantes: carecían aparentemente de facultades para otros menesteres.

Con el transcurso de los siglos y el paulatino desarrollo de las diferentes culturas, en el seno de las diversas sociedades se presentó el fenómeno de la especialización en cuanto a las actividades de los varones: así, unos eran guerreros, cazadores, agricultores, artesanos, comerciantes o fundidores, otros, curanderos, sacerdotes o gobernantes. Después los hombres desarrollaron la escritura, las leyes y las matemáticas, y surgieron artistas, poetas, filósofos, políticos, astrónomos y navegantes. Los varones descubrieron la pólvora, y con ella surgieron los Estados y los grandes Imperios. Sin embargo la condición general de las mujeres, con algunas excepciones notables, seguía siendo de limitaciones y de sujeción al género masculino.

Poco a poco a partir del siglo XVIII, y con mayor velocidad y amplitud en los siglos XIX y XX, primero en los países de cultura occidental, y después en todo el Mundo, las mujeres tuvieron acceso a la educación y a la verdad. Con la educación, vino la posibilidad efectiva para la mujer, de desprenderse de la dependencia a la que por muchos siglos le ataron las leyes y las culturas desarrolladas por el varón. Este formidable fenómeno de liberación femenina ha determinado una saludable y nueva relación cultural, legal, económica, social, política y familiar entre mujeres y varones: actualmente el género femenino no tiene más limitaciones que las que las mujeres, al igual que los hombres, se permitan a sí mismas. Aunque en algunas regiones o en sectores menos culturizados de las distintas sociedades, se siguen imponiendo restricciones obsoletas al desarrollo femenino, en la inmensa mayoría de las comunidades del Mundo se acepta ya abiertamente, la igualdad efectiva y de complementariedad entre ambos géneros.

Hasta hace pocos años el destino manifiesto de las mujeres parecía ser la búsqueda (por voluntad propia o por intervención de terceros) de un compañero permanente para desarrollar una familia, y para de esa manera obtener “status” y medios decorosos de subsistencia. Actualmente la educación de las mujeres les permite obtener por sí mismas los medios, no sólo de subsistencia, sino de independencia económica y de “status” social. Así, hoy a nadie sorprende el que un buen número de mujeres jóvenes, profesionistas en su mayoría, sin renunciar al gozo y responsabilidad de una actividad sexual madura, por decisión propia difieran el compromiso eventual de iniciar una familia.

Es más, mujeres hay que en definitiva prefieren permanecer solteras, por el temor a quedar divorciadas el día de mañana, y son capaces de negarse la posibilidad de vivir permanentemente en pareja con un varón, si los prospectos que se les presentan no llenan sus expectativas de edad, salud, cultura, educación, presencia física, equilibrio emocional, capacidad económica profesional y lineamientos éticos. La decisión de estas mujeres deliberadamente solteras, consecuencia de la reflexión y del respeto por sí mismas, es admirable, y más si va acompañada por un compromiso personal de dedicación, frecuentemente anónima, a la atención directa o indirecta de seres humanos en desgracia, o si va de la mano con la entrega apasionada al desarrollo de proyectos políticos, sociales, científicos, o altruistas, sin renunciar por ello al disfrute intenso de la sexualidad responsable, del buen vivir, de la cultura, del arte, de los negocios o de la profesión.

Estas mujeres excepcionales mantienen las puertas abiertas a la posibilidad de vivir con un varón: nadie conoce las encrucijadas del futuro, y eventualmente podría presentárseles mañana un hombre valioso y maduro, interesado en compartir no una servidumbre de desesperanza, sino una unión permanente y enriquecedora, basada en la experiencia, en el respeto, en la verdad, y en el genuino interés común de dar y recibir motivos de felicidad. Las buenas cepas, el cuidado, la práctica, y sobre todo el tiempo, dicen los conocedores, dan origen a vinos exquisitos!

DE LO MAS NATURAL

Llegaron juntos a la Universidad en la ciudad de México donde, por méritos académicos, yo era becario. Por supuesto no se trataba de una Universidad pública; sus padres, gente decente de razón, de saber y de posibles, se empeñaron en que estudiaran la carrera en una Escuela privada de elite, como convenía a la posición social y económica de la que ambas familias gozaban en la capital de uno de los Estados del Sureste mexicano. Ella de casi 21 años, él con 23 cumplidos. En el cuerpo de ella era evidente la plenitud de formas físicas que en esas latitudes adquieren pronto las mujeres criollas y bien alimentadas. El, alto, de ojos verdes y pelo rubio, siempre correcto, fino y mesurado, en silencio pregonaba su ascendencia de abuelos alemanes.

Ninguna comodidad les hacía falta. Ella vivía con dos primas mayores. El en casa de unos parientes en la que era tratado como un príncipe. Sus amigos fuera de la Escuela pertenecían a la colonia de personas distinguidas originarias de aquel Estado, inmigradas por razón de negocios o conveniencias políticas, a la Capital de la República. Siempre juntos, en 10 semestres concluyeron con notables calificaciones los estudios universitarios: ella pasó a formar parte decorativa de la Oficina de Representación de su Estado en la Capital, él se incorporó a una de las mayores Instituciones financieras del País, como funcionario de dirección en la ciudad de México.

Antes de 2 años, presionados por sus respectivos padres, y con gran beneplácito de ellos, tras un breve noviazgo, contrajeron matrimonio. Recuerdo la extraordinaria fiesta que al efecto los padres de ella ofrecieron en un magnífico jardín en Cuernavaca. Ahí tuve la oportunidad de conocer, e incluso saludar de mano, al entonces Presidente de la República. Adiós, pensé yo, y hasta nunca, pulgas de esta clase no brincan en el petate de mi vida.

Pasaron 8 años, México cambiaba rápidamente. En un almuerzo de negocios creí identificarla en una mesa cercana comiendo con sus 2 primas. Con discreción me acerqué, y fue ella la que me reconoció. A sus 37 años y mas guapa que nunca, apresurada me platicó de la ruptura de su matrimonio. Ahí mismo pactamos una cita para conversar después sin la presencia de las primas. Fue así como, entre otras cosas, me enteré del escaso interés que, como mujer, por ella había demostrado su marido, siempre fino, correcto, mesurado y ocupado en los negocios del Banco, a tal punto que con todo y el disgusto de las 2 familias, para entonces política y económicamente venidas a menos, la mujer se había decidido a pedirle formalmente la separación, y a ejercer en serio su profesión para ganarse la vida. Hicimos de nuestras citas una interesante rutina para recordar a los compañeros y maestros de la Escuela, y para platicarnos a detalle los avatares de nuestras vidas. Yo, solterón empedernido, preocupado y ocupado por mis actividades políticas de cambio. Ella, separada, sin hijos y soltera, imbatida pese al acoso de varones atraídos por la voluptuosidad de su figura tropical.

Al paso de las semanas y los meses se desarrolló genuina confianza entre nosotros. Los recuerdos comunes, los negocios y los cambios políticos una tarde en su casa dejaron de tener importancia en nuestra plática, y el tema central del monólogo, que ya no conversación, pasó a ser, el yo profundo de su persona. Por horas me limité sólo a ser atento escucha de su confusión social, sus rencores familiares, su desilusión matrimonial, su sensualidad reprimida, su desconcierto emocional, y su rabia contenida hasta entonces: se refirió a la educación represora recibida de su madre, a las presiones familiares para que aceptara casarse con quien fue un buen amigo pero un triste marido, a las tendencias homosexuales del esposo, a los lastimosos esfuerzos de éste por cumplirle como hombre, a las vergonzosas prácticas que le recomendaron tías y primas para remediar las urgencias de la sensualidad, a los sueños eróticos y bochornos nocturnos imposibles de confesar, al temor de usar ropa ligera, faldas cortas, blusas escotadas, o pantalones ajustados, a los deseos continuamente reprimidos de besar con pasión, de ser besada por labios firmes y sabios, de acariciar piel masculina, de ser recorrida y excitada por manos y dedos de varón, de ser poseída por un hombre, y de sentirlo dentro de sí como parte y posesión de ella misma....

Aturdido por tanta desgracia, no fui capaz de hacer el menor comentario. Simplemente me limité a abrir mis brazos invitándole a que se refugiara en ellos. Apretó su cuerpo contra mí, su boca buscó la mía, abrió con un movimiento rápido su blusa, tomó mis manos, las puso sobre sus opulentos pechos, y cerrando los ojos únicamente exclamó con decisión...”ahora”.

Monday, November 28, 2005

Todo es cuestión de educación


Primeros meses del año de 1939 en Alicante, uno de los puertos marítimos todavía republicanos, en la costa mediterránea de una España dividida. Ya nada ni nadie detendría a Franco y a los fascistas. Era sólo cuestión de tiempo su victoria total. Previendo la irremediable derrota y sus nefastas consecuencias, mi abuelo, capitán del ejército leal a la República, hastiado por la torpeza estratégica de los mandos superiores, dolido ante la desorganización e ineficacia evidente del gobierno republicano, y desesperado por la indisciplina incorregible de los milicianos, abandonó su posición de enlace con el gobierno provincial de Valencia, y con mi abuela y mi madre, entonces adolescente, se embarcó en un buque inglés con rumbo a la Habana, a donde llegaron mes y medio después, para reembarcar casi inmediatamente con destino a Veracruz. El gobierno del general Lázaro Cárdenas generosamente les facilitó los trámites para regularizar su situación migratoria como naturalizados mexicanos, y para internarse en México. Finalmente quedaron establecidos en la ciudad de Puebla, al amparo y cobijo de la comunidad española de la localidad.

Al paso de los años, y producto de su trabajo tesonero y disciplina castrense, mi abuelo se hizo de un patrimonio respetable en el comercio al por mayor de abarrotes y forrajes; casó a su hija con mi padre, a la sazón empleado suyo, y se alegró con el nacimiento de sus dos nietas: mi hermana Pilar y yo. Antes de morir entregó formalmente todos sus bienes a mi padre, para que los administrara en beneficio de nosotras.

Nuestra educación familiar y religiosa, toda a la usanza española, corrió enteramente por cuenta de mi madre mientras asistíamos a las escuelas primaria, secundaria y preparatoria. Vaya, hasta conservamos el acento peninsular al expresarnos en español. De novios y Universidad, por entonces, nada. Durante años, según la costumbre familiar, estuvimos dedicadas a auxiliar a nuestro padre en el negocio. A consecuencia de ello, a Pilar le nació la inquietud de por las tardes estudiar contabilidad en la Universidad de Puebla, concluyó con éxito la carrera, y poco después se casó con un empleado de mi padre, también refugiado español, uno de aquellos niños que huyendo de la guerra civil, llegaron a Morelia acogidos por el gobierno mexicano. Pilar es una excelente cocinera, una madre prolífica, y una esposa comprensiva y cariñosa, dedicada en cuerpo y alma a su familia. Retrato fiel de mi madre.

Debo confesar que en esos años me resultaba tedioso el protocolo que debía cumplir, según los usos españoles de mi madre, para salir en Puebla con un muchacho de mi edad: eran tantas las restricciones y formalidades exigidas por mis padres, que por las tardes habiendo cerrado el negocio, prefería ir al cine, o quedarme en casa a leer libros sobre la historia del arte, o a ensayar pasos de baile flamenco y jotas aragonesas a los que me había aficionado desde niña. Mis padres, a la sazón avanzados en la quinta década de su vida, preocupados por mi pertinaz soltería, propiciaron que aceptara en España la oportunidad de tomar algunos cursos de museografía y danza tradicional. IBERIA me depositó en Madrid, y me instalé en una cómoda pensión cercana a la Plaza Mayor.

Desde las primeras semanas supe que la educación a la usanza española recibida de mi madre, era totalmente ajena a la España de la mitad de los años noventa. Como dicen los jóvenes en México, “nada que ver...” Gratamente sorprendida y entusiasmada, me decidí por la actualización y por la vida: libertad de pensamiento, de creencias, de sentimientos, de creación artística, de emociones, de decisión y de movimiento. Alimenté mi intelecto con cursos dictados por maestros jóvenes, y no por ello menos sabios; asistí a espectáculos de avanzada que mi madre hubiera considerado pecaminosos; puse al día mi escasa información sobre sexualidad; aprendí a convivir tranquilamente con amigos y amigas, a tomar unos tragos, y a salir en las noches; incluso pasé unos días en una playa nudista de Alicante. En resumen, aunque tarde me eduqué a vivir.

Después de dos años en Europa, regresé a Puebla. Me sentía diferente, confiada en mí misma, y ahí tomé de la vida real, el más importante de los cursos en mi educación tardía: el del amor escogido deliberadamente, apasionado, sensual, recíproco, ardiente y espontáneo. Qué ricura! Qué delicia! Y quiero que este último curso de mi educación, dure por el resto de mi existencia...!

Thursday, November 10, 2005

PANTALONES ROTOS PARA FALDAS DESCOCIDAS

El mayor de mis hermanos, quien recientemente acababa de terminar sus estudios universitarios, hecho una furia y con lágrimas de rabia en los ojos se encerró en su habitación, por lo que mi madre, preocupada, fue tras él. Estuvieron hablando más de una hora. Al concluir aquella conversación, y mientras mi madre se retiraba cerrando la puerta, alcancé a escuchar sus palabras finales, que entonces me parecieron enigmáticas: “para amores en serio, primero debe ir una cabeza fría y luego un corazón emocionado; siempre habrá un pantalón roto para una falda descosida”.

En ese tiempo era yo un adolescente tardío, y empezaba a sentir inquietud y atracción por mis compañeras del segundo año de la Preparatoria, en especial por una de la que creía estar enamorado. Al iniciar el primer año en la Universidad, me atreví a manifestarle la atracción que por ella sentía. Grande fue mi decepción cuando, con fina cortesía, me informó que tenía novio, y que de mí sólo le interesaba amistad. Ese rechazo fue suficiente explicación para comprender de golpe, que todavía mi pantalón roto no cuadraba con la falda descosida de una muchacha. Meses después mi hermano mayor contrajo matrimonio, y hasta donde yo sé, nada le reclama a la vida: se dedica a la crianza de sus niñas, al cuidado de su casa, y a ejercer su profesión. Todo de lo más común y corriente, como mi propia vida.

Reconociendo mis pocas aptitudes para el estudio, me olvidé de la carrera universitaria, y atraído por la expectativa de jugosas comisiones, me dediqué con éxito a la venta de inmuebles. Me independicé de la casa paterna, establecí mi propio negocio de corretajes, y desarrollé sólido prestigio. Con frecuencia me voy de fin de semana, y salgo con diferentes amigas. Nada serio. Nadie se siente lastimado. Nadie reclama. Es un acuerdo tácito para sólo divertirnos y pasar el rato; en todo caso, para evitar consecuencias no deseadas, tomamos las debidas precauciones.

En las oficinas del Banco donde manejo mi cuenta, conocí hace meses a una de las subgerentes, y en ocasiones salgo con ella: mujer culta e interesante, es mamá soltera de un niño encantador, y vive con sus padres. Me gusta y evidentemente le gusto. A veces me sorprendo, soñando despierto cómo sería mi vida con ella. No más ayer, y queriendo quedar bien, le revelé mis sueños. Sonrió amablemente y me dijo: “me halagas pero desconfío de los sueños; hace años, soñaba yo despierta hasta que una mañana me trajeron a la cruda realidad dos noticias, la del médico confirmando mi embarazo, y la del acobardado papá de mi hijo avisándome que salía de viaje urgente a un lugar inexistente, del que hasta ahora no ha regresado”. Y añadió: “si quieres que de alguna manera yo participe seriamente en tu vida, pongámonos de acuerdo en el qué, en el cómo y en el tiempo, pues tengo responsabilidades ineludibles con mi hijo, y quiero seguir manteniendo mi estabilidad emocional y mi independencia económica; estoy abierta a considerar contigo cualquier alternativa, o como tu amiga predilecta, o como tu amante, o como tu compañera sentimental, pero exijo que los dos sepamos a que atenernos; la indefinición finalmente acabaría con nuestra relación”.

Terminó de hablar la mujer. Tomado por sorpresa me quedé sin saber qué contestarle, y otra vez llegaron a mis oídos las palabras que mi madre dirigiera a mi hermano: “para amores en serio, primero debe ir una cabeza fría y luego un corazón emocionado...” Me faltó el coraje necesario para pasar de la diversión sin responsabilidades, a la definición comprometida, y tuve que retirarme apesadumbrado, reconociendo que mis pobres pantalones rotos, no hacían juego con aquella espléndida falda descosida!

Wednesday, October 26, 2005

SOR MAGDALENA

Originaria de Los Altos de Jalisco, muy cerca de los límites con Michoacán. La mayor, y única mujer en una familia de cinco hijos. Sus padres, descendientes de soldados franceses olvidados en esa Región por la Intervención, eran personas acomodadas, buenas, trabajadoras, sensatas y recias, con sentido del temor de Dios, católicos practicantes, que a cada cosa la llamaban, sin falsos pudores, por su nombre. De niña y adolescente estudió en una escuela local atendida por religiosas, vigilada discretamente por su padre y por sus hermanos: no fuera a ser que se enamorara de un muchacho. Del trato continuo con sus maestras y de las muchas horas pasadas con ellas, le vino en gana ir primero al postulantado en Morelia, y después al noviciado en Tlalpan, para con gran alivio de su padre y hermanos, profesar finalmente, con votos temporales de pobreza, obediencia y castidad, como miembro formal del Instituto religioso al que pertenecían sus maestras. La destinaron a una escuela en la capital de Jalisco, y dadas sus cualidades particulares, para una mejor preparación pedagógica le ordenaron que por las tardes asistiera a una escuela normal para maestros.

A los veinte y tres años de edad emitió por segunda vez votos temporales. Fue trasladada a la ciudad de México y ahí empezó a desempeñarse también como encargada de la administración del colegio. Haciendo gala de sentido común y recordando las prácticas comerciales aprendidas de su padre, llevó al colegio y al Instituto a una franca prosperidad. A los veinte y cinco años era el miembro más joven del Consejo de la Institución.

Jovial, desenvuelta, de piel blanquísima, ojos claros, pelo castaño, difícilmente escondía con sus ropas grises su cuerpo escultural. Era la envidia de las alumnas y de las mamás de éstas. Sinceramente convencida de su compromiso de conciencia, se entregaba fielmente a las prácticas religiosas prescritas en la Institución. Faltándole sólo cuatro meses para comprometerse con votos perpetuos, falleció su padre. A solicitud de su mamá, el Instituto le otorgó un permiso especial para regresar a la casa paterna a poner orden y hacerse cargo temporalmente de los negocios familiares, amenazados de ruina por la torpeza, envidias e inexperiencia de los hijos varones. Dispuesta a hacer la voluntad de Dios, y sinceramente resuelta a regresar a tiempo para los votos perpetuos, se vió en la necesidad de arreglarse el cabello, dejar la austera vestimenta gris, utilizar maquillaje, medias de nylon y zapatos de tacón para dedicarse intensamente, como cualquier otra mujer en su caso, a la administración de la herencia paterna.

El cuidado de los negocios familiares demandaba de ella muchas horas, por lo que conforme pasaban los días fue disminuyendo, excepto los domingos, la frecuencia de sus visitas a la iglesia, acortando los rezos. Dejó de extrañar el colegio y, para tranquilidad de su madre, con medidas enérgicas metió en cintura a sus hermanos díscolos. El correr del tiempo consumió rápidamente los cuatro meses del permiso, y tuvo que enfrentarse a la disyuntiva o de regresar para los votos perpetuos, o quedarse en el pueblo para hacer prosperar en firme los negocios de la familia.

Revisó a fondo las motivaciones que le llevaron a la vida religiosa, y encontró que había profesado como consecuencia natural del machismo vigilante de su padre y hermanos, y de no haber conocido otro modo de vivir fuera del que le enseñaron las religiosas que le educaron cuando niña y adolescente. Encontró también que la vida, el riesgo y el poder de los negocios le resultaban apasionantes. Así pues dio aviso telefónico de su decisión al Instituto, se olvidó de los votos perpetuos, y se dedicó totalmente y con notable éxito a lo que le gustaba: hacer prosperar el negocio. Su madre, confidente de los pensamientos íntimos de su hija, sonrió satisfecha considerando que así obtenía finalmente revancha frente al machismo de su difunto esposo.

Racionalista y calculadora, Magdalena no encontró entre los hombres disponibles del lugar, un compañero que, como marido dócil, pudiera satisfacer sus expectativas. Tampoco quería hijos: no le fueran a salir díscolos como sus hermanos. Cuando sentía las urgencias naturales de la sensualidad se iba de compras a la ciudad capital, y entre otras cosas compraba los servicios masculinos de algún muchacho vigoroso. Hace pocos días, en uno de sus viajes de compras, murió Magdalena.... Cómo han gozado los sobrinos, con los dineros intestados de la tía rica!