Thursday, November 10, 2005

PANTALONES ROTOS PARA FALDAS DESCOCIDAS

El mayor de mis hermanos, quien recientemente acababa de terminar sus estudios universitarios, hecho una furia y con lágrimas de rabia en los ojos se encerró en su habitación, por lo que mi madre, preocupada, fue tras él. Estuvieron hablando más de una hora. Al concluir aquella conversación, y mientras mi madre se retiraba cerrando la puerta, alcancé a escuchar sus palabras finales, que entonces me parecieron enigmáticas: “para amores en serio, primero debe ir una cabeza fría y luego un corazón emocionado; siempre habrá un pantalón roto para una falda descosida”.

En ese tiempo era yo un adolescente tardío, y empezaba a sentir inquietud y atracción por mis compañeras del segundo año de la Preparatoria, en especial por una de la que creía estar enamorado. Al iniciar el primer año en la Universidad, me atreví a manifestarle la atracción que por ella sentía. Grande fue mi decepción cuando, con fina cortesía, me informó que tenía novio, y que de mí sólo le interesaba amistad. Ese rechazo fue suficiente explicación para comprender de golpe, que todavía mi pantalón roto no cuadraba con la falda descosida de una muchacha. Meses después mi hermano mayor contrajo matrimonio, y hasta donde yo sé, nada le reclama a la vida: se dedica a la crianza de sus niñas, al cuidado de su casa, y a ejercer su profesión. Todo de lo más común y corriente, como mi propia vida.

Reconociendo mis pocas aptitudes para el estudio, me olvidé de la carrera universitaria, y atraído por la expectativa de jugosas comisiones, me dediqué con éxito a la venta de inmuebles. Me independicé de la casa paterna, establecí mi propio negocio de corretajes, y desarrollé sólido prestigio. Con frecuencia me voy de fin de semana, y salgo con diferentes amigas. Nada serio. Nadie se siente lastimado. Nadie reclama. Es un acuerdo tácito para sólo divertirnos y pasar el rato; en todo caso, para evitar consecuencias no deseadas, tomamos las debidas precauciones.

En las oficinas del Banco donde manejo mi cuenta, conocí hace meses a una de las subgerentes, y en ocasiones salgo con ella: mujer culta e interesante, es mamá soltera de un niño encantador, y vive con sus padres. Me gusta y evidentemente le gusto. A veces me sorprendo, soñando despierto cómo sería mi vida con ella. No más ayer, y queriendo quedar bien, le revelé mis sueños. Sonrió amablemente y me dijo: “me halagas pero desconfío de los sueños; hace años, soñaba yo despierta hasta que una mañana me trajeron a la cruda realidad dos noticias, la del médico confirmando mi embarazo, y la del acobardado papá de mi hijo avisándome que salía de viaje urgente a un lugar inexistente, del que hasta ahora no ha regresado”. Y añadió: “si quieres que de alguna manera yo participe seriamente en tu vida, pongámonos de acuerdo en el qué, en el cómo y en el tiempo, pues tengo responsabilidades ineludibles con mi hijo, y quiero seguir manteniendo mi estabilidad emocional y mi independencia económica; estoy abierta a considerar contigo cualquier alternativa, o como tu amiga predilecta, o como tu amante, o como tu compañera sentimental, pero exijo que los dos sepamos a que atenernos; la indefinición finalmente acabaría con nuestra relación”.

Terminó de hablar la mujer. Tomado por sorpresa me quedé sin saber qué contestarle, y otra vez llegaron a mis oídos las palabras que mi madre dirigiera a mi hermano: “para amores en serio, primero debe ir una cabeza fría y luego un corazón emocionado...” Me faltó el coraje necesario para pasar de la diversión sin responsabilidades, a la definición comprometida, y tuve que retirarme apesadumbrado, reconociendo que mis pobres pantalones rotos, no hacían juego con aquella espléndida falda descosida!

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